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En el foco: Harry

In the Spotlight: Harry
Este mes ponemos el foco en la historia de Harry, un triatleta que convirtió una simple idea en una aventura de 4.507 km en bici por Europa. Entre desafíos inesperados y los cambios de mentalidad que lo empujaron a seguir adelante, su viaje es un recordatorio precioso de lo lejos que puede llevarte un poco de coraje (¡y muchísimo pedaleo!).

Cuéntanos un poco sobre ti y sobre la aventura en la que te embarcaste este verano.

Vine a Madrid para unas prácticas de seis meses y acabé quedándome once años. Siempre me ha encantado el deporte; me hace feliz. Seguí jugando al rugby cuando llegué, pero aquí los campos son de césped artificial y te lesionas muchísimo.

Me compré mi primera bici de carretera en 2020, después de que mi hermano y el novio de mi hermana empezaran a salir a montar juntos, y no quería quedarme fuera.

Tras demasiadas lesiones dejé el rugby y necesitaba un deporte competitivo. Correr me gustaba, así que el triatlón parecía la evolución natural.

Buscaba un reto por el que esforzarme y descubrí el Ironman, así que me di seis meses para entrenar con un entrenador, reaprender a nadar y hacer mi primer Ironman en Girona. Luego, cuatro meses después, hice el de distancia completa en Gandía.

Hace poco dejé mi trabajo y decidí que necesitaba vivir una buena aventura antes de empezar mi propio proyecto. Aproveché el parón y me fui en bici hasta el norte de Alemania. La verdad, no pensé demasiado en cómo iba a volver. No soporto volar con la bici, así que cuando llegué decidí regresar pedaleando. En total fueron 4.507 km y 41.142 m de desnivel acumulado.

¿Qué te inspiró a recorrer Europa en solitario, y cómo te preparaste para un desafío así?

Tengo un amigo que vive en Hamburgo. Lleva un tiempo enfermo y no pudo venir a mi boda, así que decidí ir a visitarlo. También tengo amigos en Bélgica y Alemania, así que pensé que sería una gran oportunidad para verlos.

En comparación con otras aventuras, esta me pareció bastante accesible: ya tenía la bici, no tenía que volar a ningún sitio… solo salir de mi piso y pedalear hacia el norte.

Decidí hacerlo menos de dos meses antes de salir, así que tampoco tuve demasiado tiempo para prepararlo. Intenté entrenar todo lo que pude, aunque era difícil compaginarlo con el trabajo y las bodas de los fines de semana.

Encontrar todo el equipo fue una pequeña odisea. Cuanto más investigaba, más cosas descubría que necesitaba. Como justo iba a dejar el trabajo, no quería gastarme un dineral en algo que quizá no volviera a usar, así que buscar opciones con buena relación calidad-precio me llevó tiempo.

¿Qué fue lo que más te sorprendió de la vida en la carretera?

Creo que lo que más me sorprendió fue la generosidad de la gente. Antes de ir, te imaginas la sensación de libertad, los paisajes, lo duro que será… pero la amabilidad de completos desconocidos fue una sorpresa enorme. Hubo muchísimos momentos inolvidables, pero algunos de mis favoritos fueron:

La noche antes de salir cambié yo mismo el cassette, pero no ajusté el desviador, así que la mitad de las marchas no funcionaban. El mecánico de Escapa, José Luis, lo arregló en dos minutos y, al saber a dónde iba, se negó a cobrarme.

Mi segunda mañana, mientras guardaba la bici, un hombre del camping se me acercó y me ofreció un bocadillo de beicon. Y, por si necesitaba alojamiento, me dijo que su hijo podía acogerme en Madrid mientras él viajaba con su mujer.

En los Países Bajos, frente al camping solo había un restaurante. Aun yendo con la ropa de ciclista puesta, el encargado me dijo que estaba lleno, aunque había mesas libres. Un grupo de alemanes que estaban tomando cervezas fuera me hizo un hueco en su mesa para que pudiera cenar con ellos.

Probé a usar Warm Showers, pero como iba improvisando, no me funcionó. Aun así, la alcaldesa de Loches (Francia) fue la única que me alojó: había un evento en el pueblo y me invitó a unirme. Pasé de ir en bici a estar comiendo queso, bebiendo vino y conociendo a medio pueblo.

En Austria intenté parar en un hotel para tomar un café. El gerente me dijo que estaba cerrado porque era su día libre, pero al ver la bici me preguntó a dónde me dirigía, entró y salió con un café… y no me dejó pagar.

¿Cuál fue el momento más destacado del viaje?

Hubo varios:

En Zaragoza, contemplar las aguas turquesas del lago de Yesa con el castillo abandonado de Ruesta iluminado por el atardecer fue una imagen de película. Nunca había visto colores así.

En Francia, coronar el Col du Tourmalet —19 km de subida al 7,4%— fue brutal: duro, doloroso y con una sensación de logro enorme. Apenas había coincidido con otros ciclistas, pero allí sentías la conexión: bicis por todas partes, todas sufriendo juntas, y los nombres de las leyendas del Tour pintados en la carretera.

En Suiza, estaba en el mismo lugar donde hay una foto de mi abuelo, que había participado en los Juegos Olímpicos de Invierno, allí con su trineo de skeleton y sus trofeos, y yo con mi bicicleta. Era demasiado pequeño para recordarlo, así que fue un momento muy especial para mí.

Mi día favorito fue cuando volvía a Francia para encontrarme con mi hermano y su novia, que estaban allí para la L'Étape de Tour. Decidí hacer la misma ruta antes de encontrarme con ellos esa misma noche. Tenía mis dudas sobre si sería capaz de hacerlo, ya que, incluyendo el trayecto desde la meta hasta el punto de encuentro, serían 175 km y 5100 m de desnivel positivo, lo que para mí habría sido la ruta más dura hasta la fecha, incluso sin el peso extra. Viajaba muy ligero, pero aun así, mi bicicleta y el equipo pesaban 25 kg.

Fue absolutamente espectacular: ríos, bosques, lagos, montañas y, sobre todo, las subidas, el Col de Saisies, el Col du Pré y La Plagne, pero también tan duras como imaginaba. Mentalmente, me relajé al llegar a la meta del recorrido oficial, ya que los últimos 45 km de vuelta no parecían tan malos en el mapa en comparación con los tres grandes puertos. Estaba muy equivocado, y resultó ser mucho más exigente de lo que esperaba.

Estaba bastante nervioso en ese último tramo y me salvó una parada a 10 km del destino. Encontré un restaurante en un pueblo de montaña y devoré absolutamente todo. Ver a mi hermano y a su novia esa noche fue la guinda.

¿Cuál fue el momento más duro del viaje?

Tuve suerte: en general estuve de buen humor y, aunque hubo lluvia, calor y soledad, intenté no dejar que me afectaran. Seis semanas en la carretera también se sienten solas, y como no seguía rutas ciclistas conocidas, pasaba días enteros sin ver a nadie salvo alguna charla ocasional en un camping.

Los últimos días fueron los peores. El GPS me llevaba por caminos lentísimos en Francia y el viento no daba tregua; era desmoralizante. La mañana del último día pasé por un túnel muy bajo y caí en un bache profundo que me pinchó las dos ruedas. Pensé que había roto la llanta.

Después de cambiarlas, olvidé la ruta costera y tiré por el interior, una autovía fea pero mucho más rápida. Agaché la cabeza y apreté para volver a España cuanto antes. Ya tenía ganas de llegar.

¿Cómo mantenías la motivación en los días en los que no te apetecía seguir?

Helado y cerveza. Soy muy fan del helado. Además, era esencial para meter suficientes calorías: quemaba entre 5.000 y 7.000 al día. Y echo muchísimo de menos el gelato de Italia.

Al principio no bebía, pero después de una semana se convirtió en mi pequeño ritual diario. A las dos semanas tenía unas rozaduras horribles (menos mal que llevaba aceite de árbol de té), y no podía dormir por el entumecimiento de las manos. Con todas esas molestias, la cerveza se convirtió en un lujo sencillo (y muy necesario en Alemania) que esperaba al final del día.

¿Preferiste planificarlo todo o improvisar?

Fui improvisando. Nunca había hecho cicloturismo, así que no sabía qué distancia podría cubrir cada día con el peso extra, ni cómo me sentiría con comida limitada.

Eso sí: cada mañana revisaba dónde podía acampar a continuación, intentando cuadrarlo con las fechas en las que vería a mis amigos.

En Francia era facilísimo porque hay opciones por todas partes. En otros países, o había un camping a 30 km o a 200… y no había más.

Para comer, buscaba un supermercado o un pueblo, pero muchas veces no había gran cosa, así que paraba donde pillaba.

¿Qué país o región te sorprendió más?

Para una experiencia completa, creo que Francia fue mi favorita, seguida de Italia muy de cerca. Naturaleza increíble, ciclismo espectacular, buena comida y mil opciones para acampar. Me gustaría dedicar más tiempo a Austria.

Suiza es impresionante, pero las carreteras son estrechas, con mucho tráfico de camiones y todo es extremadamente caro. Bélgica, Países Bajos y Alemania eran demasiado llanos para mi gusto y un poco estrictos con los carriles bici. El norte de España es precioso, pero muy despoblado: si no planificas bien, encontrar comida puede ser complicado.

¿Qué consejo le darías a alguien que quiera hacer su primer viaje en bici? ¿Y qué equipo recomendarías por encima de todo?

No lleves demasiado. De verdad que no hace falta. Ver a gente con literalmente 50 kg de equipaje —como me confesó un chico— es una locura. Irás más rápido, subirás mejor, verás más cosas y montar y desmontar será infinitamente más fácil.

Un accesorio que marcó una gran diferencia para mí fue una buena batería externa con carga rápida. Yo llevaba una de 20.000 mAh de Ugreen y su cargador multipuerto de 65 W. Eso me permitía cargarla rápido incluso si solo paraba a tomar un café, y luego usarla para recargar mis dispositivos en la bici o en la tienda. Sin ella te quedas sin móvil, sin GPS, sin luz trasera o sin frontal… da muchísima libertad.

¿Ya tienes en mente otra aventura?

Tengo en mente algunas carreras en Cantabria, Asturias y, si todo va bien, Huesca en 2026, pero ahora mismo estoy centrado en sacar adelante mi proyecto: una plataforma donde los atletas pueden compartir la equipación que más les gusta. Para ver mis prendas favoritas del viaje y toda mi lista de equipaje, puedes echar un vistazo aquí: https://kitcrunch.io/harry


 

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